Buenas prácticas · Memorias NILSA

Memorias Nilsa 2017
Tamiz Azagra

Buenas prácticas

PRODUCTOS DE LIMPIEZA 

Lejía, sosa cáustica para desatascar tuberías, limpiacristales, cera para suelos, abrillantadores, limpiadores de plata y otros metales, pegamentos, pintura de pared, barnices para muebles y cualquier otro producto de limpieza suele ser una amenaza para la calidad del agua. En primer lugar por su alto porcentaje de componentes químicos, que siempre alteran los parámetros del agua, y en segundo lugar, porque tratar esta contaminación es muy complicado y, a veces, imposible.  

Sabemos que limpiar una casa, una oficina, una nave, un coche o un garaje es inevitable. Pero lo que no es inevitable es hacerlo minimizando el impacto en el medio. Por eso, cualquier resto de producto puede y debe ser entregado en un punto limpio: no arrojado a las tuberías. Tampoco -atención- debe terminar en el contenedor de basura orgánica, sino en un punto limpio. Si terminara el contenedor de resto contaminaría al resto de la basura y los lixiviados resultantes -el líquido que surge de la descomposición de los residuos- se pueden escurrir al suelo, contaminarlo, erosionarlo, alcanzar un acuífero, un manantial, un arroyo o cualquier otro espacio natural.  

También recomendamos utilizar la gama ecológica de estos productos, que suele ser más cara y más difícil de encontrar en las grandes superficies de distribución, pero que cada vez se está haciendo más hueco en la cesta de la compra de los ciudadanos comprometidos con el medio. Consumir marcas ecológicas, que aseguren su respeto al medio ambiente es un gesto extra que no todos se pueden permitir, pero que quien quiera y pueda hará para el bien común.  

Y finalmente, siempre se puede consumir menos. Limpiar con menos cantidad, aprovechar más las dosis, comprar envases mayores para al menos no contaminar con el envase -la proliferación de plásticos de envases pequeños comienza a adquirir dimensiones de plaga ecológica-, o utilizar un mismo producto para más objetos. 

ACEITES 

Un litro de aceite puede contaminar hasta mil litros de agua. Sí, esa pequeña cantidad de aceite que queda de freír unas patatas o un filete, por ejemplo. O esos restos de aceite que tiramos de la olla directos por el fregadero. Esos restos del aliño de la ensalada, del pescado, de las croquetas o de la paella. Un gesto tan sencillo como recogerlos en un recipiente y entregarlos en un punto limpio de recogida de aceite puede evitar la contaminación de miles y miles de litros de agua. Porque el aceite, por poca cantidad de la que se trate, es un líquido va a parar al agua residual a través del fregadero o del WC y contamina todo el caudal de agua con una dosis extra de suciedad.  

No importa que el agua residual ya vaya sucia para que sea necesario no contaminarla más con líquidos como el aceite o restos de medicamentos, por ejemplo. Para qué hablar del mercurio que tienen dentro los termómetros, por ejemplo. Estos componentes cambian la composición del agua sucia y la vuelven más compleja para tratarla y, en algunos casos, imposible de limpiar del todo antes de devolverla al río. Por lo que la contaminación queda remanente en el caudal y, con el paso del tiempo, es capaz de transformar negativa y muy agresivamente el medio. Es lo que sucede con las mutaciones en peces, por ejemplo.  

En el caso concreto del aceite, basta el gesto sostenible de recogerlo en un recipiente y entregarlo en un punto limpio para evitar males mayores. Además, esto nos hará repensar otros usos y es probable que ahorremos en consumo. Si tenemos la costumbre de echarlo por el fregadero, lo haremos de forma mecánica y distraída y no pensaremos que puede servir para freír varias cosas, por ejemplo. Sin embargo, si nos obligamos a tener un recipiente específico para guardarlo cuando ya no tiene más vida útil, es más que probable que pensemos en un uso alternativo más antes de desecharlo por completo.  

COSMÉTICOS 

La laca de las uñas, el desmaquillador, las toallitas íntimas, el serum reparador, la laca de pelo, la gomina, los polvos de color, la base de maquillaje, el tinte de las mechas, las mascarillas de color para la melena, la sombra de ojos, el rimel, el brillo de labios, el tónico facial y todo el largo etcétera que se nos ocurra. Tanto para hombres como para mujeres, el mercado ofrece cientos de productos cosméticos que se aplican en el baño y que... por desgracia, suelen terminar sus días en alguna tubería.  Bien, pues cualquier resto de producto cosmético debería terminar en un punto limpio. También un producto de higiene básica como los desodorantes. Y es que todo lo que pueda tener un final controlado, como sucede con lo que se lleva a un punto limpio, es mucho más seguro para el medio que lo que termina esparcido en una tubería y contaminando todos los litros de agua que toque.  

Además, las lacas o desodorantes en spray no deberían terminar en la basura, sino en estos puntos limpios que citamos una y otra vez para subrayar la importancia de que todo -residuos incluidos- forma parte del ciclo natural y lo altera de alguna manera. Y las alteraciones, por desgracia, siempre suelen tener un sentido negativo, de degradación y destrucción. Por eso conviene hacer el mínimo uso de estos productos -que puede venir a ser lo mismo que sacarles el máximo partido- y tener muy en cuenta que su vida útil para nosotros acaba cuando ya los hemos terminado o no los necesitamos, pero que su vida en el medio puede llegar a durar cientos de años. Por lo que es mejor que estén controlados, descansando en paz en el sitio correcto.   

DESPERDICIOS POR LOS DESAGÜES

Hacemos las cosas por costumbre. Pero las malas costumbres pueden terminar por arruinar algo tanto o más que las malas intenciones. Por eso, hay que tener mucho cuidado en prevenirlas.  Tirar colillas por el WC, esparadrapos, tiritas, compresas, pañales, bastoncillos, uñas cortadas, pelos, restos de comida, restos de medicamentos y cualquier otra cosa de uso habitual que se nos ocurra es un error, un mal hábito, una forma equivocada de hacer las cosas.

En primer lugar porque pueden atascar y dañar las tuberías y, en segundo lugar, porque todos esos sólidos deberían ir a la basura, al contenedor de restos orgánicos. Cuando esos restos llegan a la depuradora obstruyen el proceso de tratamiento de agua, lo debilitan restándole eficacia, por lo que las instalaciones gastan más energía y tienen más averías en los equipos electromecánicos.  

Estos gastos no repercuten de forma directa en el recibo del agua, que lleva incorporado el canon de saneamiento, pero hay que tener en cuenta que estamos estropeando un proceso que se ha hecho con dinero de todos. Y que, cuanto más ayudemos a no entorpecerlo, mejor destino podrá tener el dinero de todos por más útil que estar dedicado a reparar lo que nunca debió romperse.  Así que hay que abandonar el mal hábito de utilizar el inodoro como si fuera el cubo de la basura.

Los restos tienen un contenedor permanente muy cerca de la casa de cada persona, así que no cuesta nada meterlos en una bolsa y, si urge sacarlos de casa por descomposición o mal olor, acercarlos hasta el contenedor.  Arrojar cualquier cosa por el WC es una torpeza para las tuberías de nuestra propia casa y un entorpecimiento para el sistema de depuración en su conjunto.    

LIMPIEZA VIARIA

La calle es de todos y por eso tiene unos servicios de recogida pública de basuras y de limpieza vial. No obstante, estos servicios no pueden actuar como una máquina todopoderosa capaz de recoger cualquier tipo de residuo porque hay algunos que terminan donde no deben por mucho que los servicios se esfuercen. Por ejemplo, las colillas y cajetillas de tabaco que acaban en las alcantarillas. Y de ahí, al sistema de recogida de aguas de la localidad hasta la depuradora. Con todos los incovenientes que esto supone y que son los mismos a los que nos referíamos en el apartado que explica por qué no hay que arrojar nada por el WC.  

Por esto se hace necesario no arrojar nada a la calle, utilizar siempre las papeleras o los contenedores específicos, no vaciar el cenicero del coche en la vía pública, no tirar cosas por la ventana de casa, evitar tirar el chicle al suelo, recoger los excrementos del perro si lo paseamos por los jardines públicos, y cualquier otra actuación que suponga arrojar basura a la calle, que terminará muy probablemente en las redes de agua de la localidad y de ahí en la depuradora. O, en otro caso, constituirá lo que se denomina "contaminación difusa", que consiste en desperdicios que han sido arrojados de aquí y de allá, sin un origen concreto, y que terminan en las cunetas de las carreteras, en las canalizaciones de agua, en los perímetros industriales de las ciudades y que todos hemos visto alguna vez plagados de bolsas, plásticos, envases, cartones, etc., etc.